MADUREZ HUMANA



La maestría humana radica en el equilibrio, en encontrar el centro. En esta ocasión no hablaré de las tres columnas clásicas: salud, dinero y amor. Me refiero a la capacidad de balancear la mente concreta con la mente abstracta.

Antes de profundizar, recordemos una idea clave del capítulo 3 del libro en construcción "¿Quién soy yo?" (que se encuentra en este blog): materia y espíritu, campo y partícula, son dos caras de una misma realidad. Cuerpo y esencia coexisten. El cuerpo es la apariencia y la esencia es lo que verdaderamente somos. Dicho de otra manera, tenemos un cuerpo biológico que opera en el mundo material y una esencia que es nuestra verdadera identidad, la que da dirección y propósito a nuestra existencia.

Emilio Carrillo lo expresa diciendo que somos "conductor y coche"; Gregg Braden lo describe como "campo y partícula".

En la charla "El Poder de la Tranquilidad", compartida en este blog, ilustré esta idea, pensemos en la serie de televisión Mazinger Z. En ella, el robot gigante era una poderosa máquina, pero sin su piloto, Koji Kabuto, no tenía voluntad ni propósito propio. La metáfora se aplica perfectamente a nuestra naturaleza: el cuerpo humano es un "robot biológico", diseñado para interactuar con el mundo físico, responder a estímulos y sobrevivir; pero la esencia, el piloto, es quien tiene la capacidad de dar sentido a la experiencia humana. Cuando no tomamos el control de nuestra existencia, simplemente funcionamos en modo automático, respondiendo a la programación biológica de supervivencia sin mayor dirección. Sin embargo, cuando conectamos con nuestra esencia, nos volvemos conscientes del propósito y podemos dirigir nuestra vida de manera más plena.

En el capítulo 5, "Evolución Vertical", de ese mismo libro, se menciona cómo ambos han evolucionado de maneras distintas: la materia, de abajo hacia arriba, desde lo más denso a lo más sutil, pasando por los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Este proceso ha dado lugar a un cerebro complejo con neocórtex, lóbulo frontal y glándula pineal, que actúan en conjunto como un transductor o antena de señales.

Por otro lado, el campo o espíritu ha evolucionado de arriba hacia abajo a través del efecto de resonancia con otros campos que facilitan su inmersión en la materia. Su influencia es cada vez más cercana y perceptible para aquellos que logran aquietar la mente y calmar las emociones. Solo cuando reducimos las fluctuaciones y turbulencias internas, cuando alcanzamos un estado de serenidad similar al que se experimenta en la meditación, podemos recibir mensajes o información sutil del espíritu. Es en estos momentos de calma cuando la esencia logra comunicarse con la apariencia de manera más clara y directa.

El cuerpo humano es la tecnología biológica más avanzada en este planeta. Cada órgano, tejido y célula cumple una función especializada. Dentro de ellos, el cerebro juega un papel fundamental, emitiendo señales que automatizan el comportamiento del "robot" en su búsqueda de supervivencia.

El ser humano ha sido el primer ser vivo en evolucionar más allá de la biología. A diferencia de los animales o las plantas, nuestra existencia está impulsada por el neocórtex, la capacidad de abstracción, el lenguaje complejo y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, esto plantea un reto: hoy vivimos en un mundo más avanzado de lo que nuestro "robot biológico" está preparado para afrontar. La evolución intelectual ha superado a la biológica.

Para entender mejor este desafío, es importante distinguir entre la mente concreta y la mente abstracta. La mente concreta es la que nos permite gestionar el día a día: planear actividades, cocinar, conducir al trabajo, recordar citas y solucionar problemas inmediatos. Está enfocada en lo tangible y regulada por el mundo intrapersonal, el aquí y el ahora, y se ve influenciada por neurotransmisores como la oxitocina, la serotonina y los endocannabinoides, que nos permiten la conexión social y el disfrute del momento presente.

Por otro lado, la mente abstracta es la que nos permite formular preguntas trascendentales: ¿qué es el amor?, ¿existe vida después de la muerte?, ¿cuál es el propósito de la existencia? Esta mente está relacionada con la dopamina y con la capacidad de proyectar más allá del presente, explorando conceptos filosóficos, espirituales y científicos.

Alguien dominado por la programación biológica del "aquí y ahora" podrá disfrutar del presente, ser empático y mantener relaciones armoniosas, pero corre el riesgo de volverse conformista, perder la motivación para evolucionar y carecer de aspiraciones futuras. En cambio, una persona con alta actividad dopaminérgica estará enfocada en el futuro, en la innovación y en la consecución de metas, lo que impulsa el progreso y la evolución. Sin embargo, este tipo de persona puede adolecer de buenas relaciones, vivir insatisfecha y no disfrutar del momento presente. La clave del equilibrio radica en armonizar ambas dimensiones: no perderse en el mundo inmediato ni vivir desconectado de la realidad cotidiana.

Entonces, la pregunta es: ¿seguiremos actuando según la programación biológica o podemos reprogramarnos? ¿Podemos asumir el mando de nuestro "robot"?

La respuesta es sí. Podemos pilotear nuestra biología y alcanzar el equilibrio.

Lieberman y Long proponen dos formas prácticas para alcanzar este balance:

1.    La maestría: Cuando nos sumergimos en una actividad y la desarrollamos con excelencia, experimentamos un estado de flujo en el que el tiempo parece desvanecerse. Esta dedicación nos permite alcanzar niveles de dominio que generan una sensación de plenitud. Un músico, un artesano, un ingeniero o un deportista que practica incansablemente y perfecciona su arte no solo mejora sus habilidades, sino que también encuentra un profundo sentido de satisfacción. La dopamina descansa porque ha cumplido su propósito: alcanzar el mejor rendimiento posible dentro de esa actividad. En este estado, no buscamos más, simplemente disfrutamos el presente con total entrega.

2.    La creatividad aplicada: La creatividad no es solo un ejercicio mental, sino una fuerza transformadora cuando la aplicamos en la acción. Crear con las manos, resolver problemas complejos, construir, diseñar, esculpir o incluso practicar jardinería nos permite conectar con el mundo de manera tangible. Al combinar el pensamiento con la acción, nuestro cerebro equilibra sus programaciones intrapersonal y extrapersonal.

En última instancia, la madurez humana se trata de encontrar ese punto medio entre el presente y el futuro, entre la acción y la contemplación, entre la evolución y la construcción de buenas relaciones. No es cuestión de negar la biología ni de desconectarnos de la espiritualidad, sino de integrar ambos mundos de manera consciente. La verdadera maestría es vivir con intención, evolucionar sin perder la capacidad de disfrutar el presente y construir relaciones significativas mientras activamos la mente abstracta. Un ser humano maduro logra dar lo mejor de sí, compartirlo y vivir en equilibrio. Ese es el camino de la madurez humana.

 

Comentarios

  1. Andrés Montalvo Z.2 de febrero de 2025, 7:35

    El cuerpo humano va comandado por una inteligencia superior que si no tuviese los influjos de la mente no entrenada que interpreta la realidad como "peligro" y lleva como bien lo explicas a límites que trasgreden esa homeostasis podría fácilmente vivir cerca de los 1.200 años que se considera el ciclo último de aprendizaje previo a la iluminación o la última de las vidas en el ciclo de las reencarnaciones. Es muy interesante el planteamiento entre el propósito interno y el externo y es esta experiencia de vida la que nos permite llevar o lograr ese equilibrio a partir de la conciencia que es aplicado a tu escrito en el cuidado y la atención a través del quehacer diario logrando entonces la expresión de ambas mentes la abstracta y la concreta en una sola. Esa fusión es el análogo de la unicidad y al lograrlo se llega al equilibrio pleno. Muchas gracias por compartir información de valor.

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